sábado, diciembre 16, 2006

Anticrónica de Mercedes

A los entrañables del quincho dedico esta anticrónica desde el túnel del tiempo.

Más bien (herencia literaria de mi abuela que no logro pulir) hablemos de un lío de impresiones y sensaciones inesperadas. Empecemos por la pileta; con la pulpito (¿te acordás, Ozzzi? —me suena un Ozi, Ozzie, Ossie, Osie o algo así que no sé por qué me suena; el Tigre seguro ya lo sabe, pero mi memoria parece la de mi detective Azevedo, ahora también surge Osborne, pero tampoco sé de dónde lo saco). Bueno, con la pulpito me pasó lo mismo y de atorado que soy dije ¿Y eso qué es? Don Fulgencio, mi héroe de infancia. No la tira cómica, porque no la entendía si mi abuelo no me la explicaba, pero esa bolsa de papas con anteojitos, según me atrevo a recordar, despertaba mis sentimientos más tiernos (o quizás fuera piedad pero traducida para menores) y en algo influía el olor a tinta y papel de las cinco de la tarde. Mi abuelo, don Fulgencio, la pulpito.

Así entró Mercedes: como una estocada, igual que la tremenda bienvenida de Carmen. Este pueblo va a doler, me dije. Chocolatada para Nubia y todo un cuarto contemplado al detalle y la nena chocha me dirá antes de subir al Chevallier de regreso: me quisiera quedar a vivir en Mercedes; y, como yo, se distrajo en otras cosas para no darse cuenta. Ojalá lleguemos antes de que se largue, dije al toque mirando la ola de nubes que se venía.

Y volvamos a la pileta, donde Ozzz y Tigre (el de Winnie Pooh y sus amigos más bien por esos días) hablan de un hipotético partido de pelota en la pileta y surge la pulpito como emblema. Quedó picando la condenada pelota (y no precisamente en la pileta). Está bien que soy de Estudiantes de la Plata y que puedo hablar de fútbol cada 35 años, está bien que soy perro pero canichito para el tratamiento del balón, está bien que mis goles “encontra” han sido memorables y de una convicción irreprochable, está bien que todos se pelearan por NO incluirme en sus equipos, pero de ahí a olvidarse de que existió una cosa esférica llamada pulpito hay un trecho o una costra que impide ver del otro lado.

En el quincho nos mimamos, una orgía de fluidos literarios terminan por adobar el polimorfo tendal de la parrilla que sabe más rico que nunca por exclusiva culpa de Grillo y tan breve, tanto que hasta se alude por ahí de gesto y palabra a las técnicas de la gran comilona. Periódicos sobre la mesa, sobre las rodillas, flotando entre las manos configuran una mixtura de restorán chino y sírvase todo lo que pueda en el mismo plato y hártese, trague, trague que no se trata de pulcritud babilónica sino de cebar la vida. Resultado: sábado a la noche en Talía. El pueblo del quincho, un pueblo salió a hablarle a otro pueblo, sale a hablar aunque el auditorio al principio prefiera comer duraznos y escuchar a ¿cómo se llama? ¿Menta y qué? Otra vez mi memoria. Carmen se lamentará al día siguiente de no haber ido a panfletear a la fiesta del durazno, compungida, seguro que ahí conseguía unas cabezas más para la filmación de Grillo pero no, Carmen, lo importante fue haber hablado, que haya gente como usted que da lo que tiene y puede para que otros se fogueen en el arte del habla. Un par de chinitas parlonas, Lola y Nubia, saben de qué se trata. Si cuento las palabras gastadas por esas dos, día-tarde-y-noche, me ahogo. Nadie las oyó, como le gusta a Selva, pero de literario tenían todo un mundo en sus lenguas: habrá una noche de Talía para ellas y ahí uno entiende de qué sirve fluir sin ton ni son hasta humearse en la carne.

Este pueblo de quincho ablanda demasiado las costras. Me siento como en el circo, y de chico, viéndolos a Veríssimo y el negro Oyola dándose sin piedad, les faltaron los cachetazos chasco y el aplauso porque las carcajadas sobraron; anonada ver a López paternalizando la cabecera con su habano y al rato oírlo decir ya sé que no soy bonita. Y tantas veces se dice buenos días a tantas horas diferentes a ojos hinchados de sueño, que uno se siente como cayendo del túnel del tiempo sin la clara idea de encontrarse con merendantes o desayunantes. Lo lindo: prenderse y saborear una factura vieja y calentada a nuevo por Déborah que se hace agua en la boca. Los mates tapados, eso sí que no, Selva; y el palo santo que se apaga frente a los ateos (yo) como esa rama que detecta agua en la tierra: López sigue anonadando. Palo santo, habano, no soy bonita. En un aparte, compartiendo un social daikiri (¿se escribe así?) a la Grillo, el Tigre machaca con su fija: unirnos, sumar, arremeter y marcar territorio; se le veía en la cara que este equipo lo emociona, como diría el Cholo Simeone de esa escuadra rojiblanca que hoy espero le rompa el ortex a los nuevos ricos bosteros. Hasta que ahí mismo me tira: tenés que leer más, O; y el fantasma de la pulpito vuelve a picar. Este pueblo ablanda demasiado y voy a terminar confesando que por amor a una mina recorrí ochocientos kilómetros en bicicleta y ni lo llego a pensar que ya Ozzz lo sabe en la pileta y le estoy contando la conversación de un ciclista y un colectivero en plena marcha por la ruta a Mercedes, pero Villa y no ésta.

Demasiado y para colmo recuerdo las previas al festejo del cumple de Sandra: los machaques sobre Ozzz para que no saliera a felicitar a terceros. Juan teniendo la vela. La foto colectiva que todo pueblo se debe. Tanto mimo ablanda demasiado.

Es hora de rajarse y tomarse un respiro. Pero allá está Carmen y se van los minutos hablando de indios y malones y termina prestándome dos incunables que me enterrarán otro poco en los cementerios pampas. Además, tengo tiempo de oír sus pasos por tremenda casona: galería de arte, galería de juegos, de viajes y caigo en que todo, cada cosa de ahí, empezó en sus entrañas; y la sonoridad única y ahuecada sin remedio de esos pasos entonces me emociona: se cargan de respeto las idas y venidas sin descanso de Juan entre su casa, su mujer (titiritera asada en una feria del durazno que recién se pone buena cuando no conviene a Talía) y el pueblo del quincho.

Ha pasado Talía, me levanto, mañana silenciosa y sé que Carmen estará en la cocina, lo que no sospecho es el abrazo que recibo y la vibración del buenos días, como si Talía recién acabara y yo hubiese sido el rey de la noche. No. No era a mí al que abrazaba sino a los del quincho, ese pueblo, y muchos años y voluntades haciendo lo posible.

Quedan Mr y Mrs Pandolf. Cantantes cuando no estuve. Son esos paralelismos que uno jamás podrá vivir y deberán compaginarse con una conversación o una catedral o el sabor del mascarpone con frutos del bosque. Aunque suene a coliflor, estaba riquísimo, y más, con música de fondo.

Odiseo Sóbico

Carne Argentina en Mercedes

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

¡Y dale con lo del negro oyola!
Otro más y van...
Ya me publicarán grandes editoriales y me desteñiré cual Michael Jackson...
Naaahhhh...
Ni ahí.
by the way: en el Viejo Belgrano escuché a un borracho decir: "si hizo Billie Jean, para mi es inocente".
Gracias, Odiseo.
Tenés razón.
Este equipo me/nos emociona.

8:03 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

chequean el email carneargentina@datafull.com??????
Pa' q'mierda ponen un email si despues no tienen la responsabilidad de chequearlo??????? Y Ustedes se llaman editorial...

2:09 p. m.  

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